En aquellos días y situación,
también por los azares de ser modernos, accedíamos a las cuadras en una suerte
de cuatro latas de diferente pelaje que
subían al rabioso compás de Kortatu (nire burua babestu behar dudanez, / eta
iragana da oso azkarra, / karrera bat egingo diot…), hasta donde nos permitía la geografía en pendiente y la mucha estrechez
del acceso final… y nos soltaban casi a pie de tajo. El tramo restante, muy
corto, era andando y complicado, de mucho charco y no menos barro, de dejar los
perniles del pantalón hechos un ecce homo.
En el interior, la nave aneja a las cuadras, de aperos varados en la
incertidumbre de una mañana dudosa, era ancha y medianamente desordenada, oscura
y fría, tomada por una atmósfera donde bullían a la par diminutas motas de tierra
colorá y delgados hilos de pulpa, al
modo de una enorme y espesa bandada de mosquitillas suspendidas, una densa masa
oscura sajada en oblicuo por un cálido cuchillo de luz. En un suspiro dejábamos
atrás el vestíbulo mientras nos sacudíamos el barro a pisotones. La cocina, al
fondo, pese a su estrechez y poco avituallamiento, era hacienda de mayor agrado.
Le daba ser un cuchitril abarrotado de luminosidad, un cuadrilátero donde se escuchaban
con gozosa paz los melódicos tintineos de la lluvia en su intento de desbordar los
vidrios de sendos ventanucos. Era también el lugar un estrecho rincón preñado
de taburetes y voces, de mucho crepitar leños, trago largo y bocao oportuno. En cuanto a los
anfitriones, era el uno un tipo achaparraete,
de poco parar y mucha brega, de hablar sin dobleces y mucha enseñanza. El otro,
Gregorio, ponía de su parte que era hombre de mucha inspiración, chispa y
mundo, de reírse cuanto podía de la vida, y de uno mismo, y de disfrutar de
cada momento.
"Como tengo que protegerme,
y el pasado es muy rápido,
le haré una carrera a la memoria
..."
No hay comentarios:
Publicar un comentario