Fotografía: Rosa Cruz
Sobre el
lienzo de la madrugada la aurora traza sus últimas pinceladas, dibuja una
mañana gris, solitaria y quebradiza, tan fría como el acero que duerme al raso.
Bajo los bancales de piedra, el nogal, que siempre estuvo ahí, cuando la
sementera y en la siega, con el barbecho y en tiempo de escardar, distante de
las bravatas de la gente espera impenitente la visita de diario, el soliloquio
del viejo niño, el susurro que le pone al corriente de la cochura de esa noche.
Día tras día, el vecino se acercaba con parsimonia a la desbaratada parata,
renqueante, como midiendo cada paso, con la paciencia que dan los muchos años y
las buenas hechuras. Se dejaba caer en su silla plegable mientras subía la
última masa, siempre en eterna espera, y apreciaba con metódica atención como
cientos de diminutos murciélagos dibujaban una vibrante danza en la húmeda
atmósfera de la mañana, sin más intención que penetrar en la estrecha y pétrea
morada que con el amanecer les daría cobijo. La sombra, a primera hora sedente y
alargada, disfrutaba de las cosas sencillas como hacía el niño niño en los
primeros años de su vida, cuando marraneaba en los charcos con las relucientes
albarcas que le trenzó su abuelo.
En su
disparatado baile, los roedores volantes desmadejan la oscura noche y
definitivamente enhebran la primera mañana con finos hilos de oro. La silla
plegable del viejo niño sigue vacía y empapada por la rociá. Siempre varada
junto al bardal, al cobijo y sombra de la vieja noguera.
Por
frente, dando pie al pueblo llano, el nogal tiene por vecindad una vetusta
tahona, una casona de ladrillo recio y barro, un mastodonte panzón que por la
chepa eructa volutas de humo e impregna la mañana de aromas a pan caliente,
café negro y azúcar tostada. Su interior es cálido, como los cuarterones de
pino viejo de la robusta mesa de bolear panes, y acogedor, tanto como la ancha
artesa labrada con el corazón de una encina milenaria, un cuezo dorado que cada
noche se preña de cientos de hogazas.
En el
interior no hay más luz que la que presta la hornilla y un pequeño lucero
pegado al obrador, el que ofrece una diminuta y parpadeante bombilla fruto de
las muchas mañas del hombre niño. La cafetera, junto al horno, espera humeante
la callosa mano que no llega, y se impacienta. El grano de trigo, mudado a
polvo entre níveo y tostado, se posa en cada rincón del inmueble y duerme
plácidamente suspendido creando una atmósfera acogedora, poética. En el lugar
más insospechado, trazado sobre la harina, arranca un romance; en la esquina
más oculta, donde cuelga una tela de araña que despide destellos de plata, hay
impreso un soneto; y en el viejo calendario de pared y colores desvaídos apenas
es inteligible el borrador de una estrofa. Aunque todo es silencio, de cuando
en cuando se escucha el tintineo, armonioso y cansino de la chapa que cierra la
boca del horno, y en su continuo trajín trova versos.
En el
exterior, por delante del bancal y a la vera del árbol, un pequeño recipiente
de hoja de lata aprieta en su interior un puñado de cuartillas de emergencia,
por si las letras juegan a improvisar mientras asoma el primer hilo de luz de
la mañana. Avanzan las horas y crece la inquietud del viejo árbol, que ajeno a
las cosas de los hombres sí conoce que “noviembre lleva el otoño calado hasta
los huesos”. Conociendo que la muerte es inevitable y da fe de lo que se fue en
vida, el nogal deja caer sus hojas para que dancen al antojo de los vientos,
que ya toca. Se descuelgan una a una, con lentitud, hasta tejer una jarapa de
cien tonalidades, un bello encaje multicolor.
Y teniendo
certeza de lo inevitable, a modo de homenaje del buen amigo que marchó, cada
hoja muestra en su envés un verso-memoria del viejo niño de las albarcas
empercudías de barro.
A la memoria de Antonio Maldonado García, un hombre bueno: entrebosquesypiedras.blogspot.com
Que estas bellísimas palabras acompañen la larga sombra que junto a nosotros camina por los mismos senderos, respira el mismo aire y mantenga encendido ese sentido de la amistad que tenía Antonio. Hoy también tu amigo. Muchas gracias por plasmar con tanta sensibilidad lo que era. Un abrazo.
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