La piedra y el fuego, enemigos irreconciliables
condenados a convivir, la primera luchando por la eternidad, el segundo
eternamente pugnando por la mudanza. El sustrato geológico, y los suelos, han
condicionado las esencias que caracterizan a todos y cada uno de los bienes de
nuestra tierra. Así, es imposible disociar la piedra caliza, que a modo de columna
vertebra la geografía andaluza, y el poder transformador del fuego. Nada sería
igual en el Barrio Viejo del Alcázar (San Basilio), la Judería cordobesa o el
Albaicín si desapareciera la blancura de sus trazados; nada sería igual en los
lienzos y torres de la Alhambra o en las murallas almohades del Alcázar de
Sevilla, sin la cal que da consistencia a su tabiya (tapial u “opus
caementicium”);… no, Andalucía no sería la misma sin calares y caleras como los
de Morón.
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