En
el corazón del Saltus Castulonense, en plena Sierra Morena y mirando de frente el
sacro cerro del Cabezo, se alza, aún altivo, sobre el inexpugnable macizo de la
Navamorquina, el “torrus” ibérico-romano de las Salas Galiarda.
Es
este árido pellejo tierra de minas viejas, cobijo de golfines, bandoleros y
maquis, refugio de "penitentes mudos", pago de torrucas y ciudades
legendarias,… es ésta sierra de "extremos" trashumantes.
Se
trata de una fortaleza pétrea, en realidad un frente de muralla y torres
formado por piedras quasi ciclópeas, bien labradas, que se levanta sobre una
meseta cercada, a oriente, solo visible para aquéllos que miran con interés. Es
hoy este castillo, que mantiene en excelente estado lienzos y bastiones rectangulares
elevados en granito, un paraje espectacular donde comulgan sin problema
historia y naturaleza.
El
alcázar, que pelea por erguirse entre los encinares, se asoma al valle del
Rumblar, por debajo el río parece dibujarse a sus pies como si de un plano
cartográfico se tratara. Dando trazas de su vinculación minería, por
frente tiene un gran escorial, pero también un buen número ingenios hídricos
que en nada desdicen el gigantesco aljibe que esconde en sus entrañas, ¿o se
trata de un pozo minero?
Las fotografías son de un excelente día de primavera, de un día que las visité con Quico Lara hijo. Mi sorpresa cuando una de ellas apareció, años atrás, como portada de un libro de feria, bien.
Las fotografías son de un excelente día de primavera, de un día que las visité con Quico Lara hijo. Mi sorpresa cuando una de ellas apareció, años atrás, como portada de un libro de feria, bien.
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