Por este tiempo y cuando chico, a los zagales del Corralón nos daba
por echar la mañana subiendo y ordenando alpacas en el pajar de la
vaquería de Juan Manuel, el de “la tonta”, un señor con una vozarrón
tremenda, que asustaba, pero con un corazón que no desmerecía el tamaño
de la voz.
La paliza, el calor y los picores mermaban con el
juego y las ricias que le liábamos con la paja y con la vacas, por no
decir con el viejo pasquali, pero además teníamos como recompensa ser
partícipes de una auténtica postura bañusca.
Al amparo del primer portal, donde el fresquito de la casa rebajaba las
calores oportunas, las del tiempo y las del “castro”, una retahíla de
gente de buen beber y mejor discusión mermaba la alacena de la buena de
Isabel: mi tío Dioni “el de las cabras”, José “el municipal”, mi chacho
“laruta”, Balbino, “el diablo”, “goyico” un tipo único, “maquilera”, “el
abogao”,… seguro que me dejo alguno.
Al final, poco más que una
berenjena o cuatro chorchos pillábamos, pero la ligera conquista y las
muchas voces y “afrentas” llenaban con colmo nuestra infante andadura
por este mundo.
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