miércoles, 27 de noviembre de 2024

¿Camino romano?

Como punto de partida de nuestros razonamientos pensamos que su origen no es romano, o al menos de la fisonomía que hoy podemos apreciar. ¿En qué cimentamos nuestra opinión? Veamos. La sabiduría popular, también la comunidad científica, nos viene a decir que el caballo, en su estado natural, venía compensando el crecimiento de los cascos con el desgaste que se producía de manera cotidiana, ya fuera en sus desplazamientos o en la obtención de su alimento. Sin embargo, cuando se domestica el 'Equus ferus', cuando se le obliga a llevar o arrastrar peso, realizar grandes desplazamientos o cabalgar por pavimentos de gran dureza, caso de los caminos empedrados, el desgaste se incrementa de tal manera que puede llegar dañar gravemente al animal y, subsidiariamente, provocar accidentes de enorme calado, sobre todo en el tránsito de carruajes. Pero la humanidad obtuvo una solución que llegó a paliar los efectos de esta problemática, una herramienta que fue motor y acelerador de las conquistas que se gestaron con la caída del Imperio Romano: el invento y difusión de la herradura. Para el caso que nos trae, está totalmente aceptado por la comunidad científica que el mundo grecorromano desconocía su uso. En el occidente europeo no tenemos evidencia de su utilización hasta avanzado el siglo V, cuando está presente entre las comunidades celtas de los galos, que las anclaban al casco mediante un tipo de clavo característico cuya cabeza tenía forma de violín. Realmente, en los despojos territoriales del Imperio Romano su uso no se generalizó hasta avanzado el siglo VIII. Este hecho, junto con la introducción del estribo, que llegó a occidente, y por derivación a la península, en el siglo IX de la mano de los jinetes mongoles, favoreció que caballería y carruajes pudieran desplazarse por potenciales caminos empedrados. Aunque en realidad aquellos no eran tales, por entonces la ingeniería y los ingenieros eran historia de pasado, así que en realidad transitaban por las viejas calzadas romanas que, por la falta de mantenimiento, descarnadas, habían perdido el pavimento superior de zahorras naturales aflorando las rocas de mayor tamaño presentes en su cimentación. En todo caso, estos caminos ‘falsamente’ empedrados eran muy diferentes a lo que se entiende como un camino empedrado, como ocurre con el nuestro. En los primeros, la disposición de las rocas se distribuye en diferentes tongadas y ordenación anárquica, mientras que en los segundos se organizan superficialmente en torno a líneas guía y espigas.

Por tanto, barajando cualquier hipótesis y dándolo como muy antiguo, nuestro camino ‘romano’ no podría ser obra anterior a la introducción de estos dos artefactos: la herradura y el estribo. Aunque tampoco es el caso, es necesario que sigamos sacudiendo la historia de nuestra calzada para precisar su origen.



lunes, 18 de noviembre de 2024

El 'Camino romano', argumento 2

Buceando en el pasado más próximo, trasteando en el origen del adjetivo ‘romano’ que le venimos dando al camino, vamos a desempolvar el siguiente envoltorio histórico que empaca nuestro objetivo de estudio. Los argumentos los encontraremos ahora en diversos documentos cartográficos, apuntes topográficos y menciones escritas.

Bien es cierto que mi generación, incluso la anterior, ha venido llamando a este camino empedrado como ‘romano’, pero si hurgamos en la memoria del pasado, en los documentos que nos dan información al respecto, podemos apreciar que nunca se mencionó de esta manera más allá de los años 40-50 del pasado siglo XX. Incluso después, siguió apareciendo como ‘Camino de Bailén’, como así ocurre con el Proyecto de Clasificación de Vías Pecuarias, Vereda de Bailén, aprobado por Orden Ministerial de 24 de marzo de 1972 y elaborado por Manuel Gómez de las Cortinas en 1971: ‘…Deja dicha carretera del pantano por la derecha y, tomando como eje el Camino de Juan de las Vacas, sigue entre las parcelas de olivar de Contraminas, que quedan por la derecha, y las del Cerro del Algarrobo por su izquierda, llegando al abrevadero del Pozo de la Alameda. Continúa dejando a su derecha parcelas de La Colmenera, para tomar torciendo a la izquierda, el Camino de Bailén y, rodeando el pueblo por la Llanada, llega al Descansadero del Santo Cristo, donde termina’.

Y es cosa extraña que, de conocerse como romano, no apareciera con este apelativo en los diferentes documentos cartográficos, pues es de sobra conocido que los geógrafos y topógrafos del XIX, cuando comenzaron a elaborar las primeras hojas cartográficas y siempre que había una mínima mención de que un camino fuera romano o la memoria popular lo diera por romano, lo subrayaban en su hoja correspondiente como romano. Valga, a modo de ejemplo cercano, las diferentes hojas cartográficas que recogen el territorio del actual parque natural de Despeñaperros, donde diversos caminos vienen recogidos como ‘calzadas romanas’. No ocurre lo mismo en nuestro caso, donde, ya sea en los ‘catastrones’ del primer tercio del XX o en las hojas cartográficas del final del XIX y comienzos del XX, el camino siempre viene recogido como ‘Camino de Bailén’. Es el caso de los trabajos realizados para obtener el Catastro Parcelario bañusco. Dirigido por el Instituto Geográfico y Catastral, en su Polígono 19 y elaborado por el topógrafo Doroteo Martín Coromina en marzo de 1936, la calzada viene marcada como Camino de Bailén. Otro tanto ocurre con los trabajos realizados por la Dirección General del Instituto Geográfico y Estadístico, donde, en sus Mapas Topográficos 1:50000, hojas La Carolina 884 (primera edición 1895 y segunda edición 1919) y Linares 905 (primera edición 1901 y segunda edición 1915), viene a repetirse el apelativo Camino de Bailén para la calzada que nos trae.

Por tanto, aún con riesgo a equivocarnos, entendemos que el apelativo romano, quizá fundamentado erróneamente en el empiedro de su pavimento, es de origen moderno y no se popularizó hasta el segundo tercio del siglo XX, posiblemente durante las décadas de los cuarenta y cincuenta del siglo XX y en el marco que, por aquellos años, pretendía recuperar nuestros valores históricos y situar Baños de la Encina en el mapa de España.

Autor: David Medina Cruz
Catastrón, polígono 19