Bien pasado el mediodía, el cielo
se tornó de un rojo vivo, como cuando los últimos rescoldos del hogar se
desperezan y avivan bajo el efecto del fuelle. Y llegó la tarde. Cielo, tierra
y ríos eran de color ceniza, y lo eran las plantas, calles y viviendas, y la
gente se vistió de gris. El intenso calor sepultó los recuerdos y el viento, que
andaba en calma chicha, se rebeló en un instante. Cuando el negro cubrió la
noche, trajo lluvia, abundante, y la madrugada no fue menos, pues llegó
aparejada con una tormenta de las que desbarata cualquier plan premeditado.